Una noche de invierno de hace muchos, pero muchos años cuando el pueblo de Laredo era apenas la suma de un centenar de viviendas vivía en las afueras del poblado un vendedor de baratijas llamado José Ignacio Chopitea. Su vida transcurría apaciblemente y con algunas limitaciones que le impedían llevar una vida con holgura.Cierta mañana mientras caminaba junto a la acequia vio desde el otro lado de la calle una hermosa mujer, alta y de cabellos rubios, que cautivó su atención. La miró fijamente, prendado por su belleza y su caminar garboso. Cruzó el empedrado y pudo contemplarla con mayor detenimiento: tenía los ojos azules y un rostro dulce y rosado, sus labios brillantes como la luna y un cuerpo como jamás había imaginado.-Buenos días, dijo José Ignacio, esperando respuesta.Pero ella ni siquiera lo miró y siguió su camino calle arriba. A poca distancia y en medio de las cavilaciones más extrañas José Ignacio la siguió. La vio entrar en una casona con dos arcos en la entrada hasta que desapareció por completo tras una rejas blancas y un pequeño bosque de tulipanes.Más tarde lo supo. Era Ximena, la hija menor de don Juan Miranda y Rodríguez que tenía extensos sembrío de caña de azúcar y algodón lo que lo hacía uno de los hombres más ricos de Trujillo.Las noches siguientes a su encuentro fortuito no pudo conciliar el sueño y despertaba pensando en Ximena y abrigando la esperanza que algún día pudiera compartir con ella los últimos años de su existencia.José Ignacio tenía 40 años y nunca había tenido una relación que lo hiciera pensar en el matrimonio, los hijos y un hogar donde ser feliz. Así que la tarde del miércoles 13 de noviembre se puso su mejor traje, eligió la mejor corbata de pajarita y el mejor perfume que le abriera las puertas del corazón de Ximena. Salió de casa rumbo a la mansión de los arcos, tocó la aldaba y lo recibió el criado. Pidió hablar con don Juan Miranda y Rodríguez. Minutos después estaba dentro de la casa: amplios salones con cortinas de seda y muebles color púrpura, jarrones chinos y alfombras persas. Toda la casa destilaba elegancia y buen gusto. Por el pasillo apareció el hacendado que lo miró de pies a cabeza y cuando José Ignacio le pidió licencia para empezar a visitar a su hija, don Juan Miranda lanzó una soberbia carcajada que lo dejo helado.-¿Cómo se atreve a pretender a mi hija si no tiene donde caerse muerto?, le dijo rojo de cólera.Tembloroso y con la voz entrecortada le explicó que desde el primer momento en que la conoció no puede conciliar el sueño y que hará todo lo humanamente posible para hacer feliz a su hija.Don Juan Miranda no esperó que termine de hablar y lo invitó a salir de su casa.-Y no vuelva usted siquiera acercarse a mi hija porque le costará caro.Desde ese momento José Ignacio se apostaba todos los domingos después de la misa junto a los árboles del parque para verla pasar y en el verano sufría contemplándola dar su paseos vespertinos por la caja de aguas junto a sus criadas.-Daría todo, incluso mi vida, por su amor, se dijo para sí.Una tarde casi al anochecer cuando las luces de los faroles se empezaban a prender se le apareció de pronto un hombre alto vestido de blanco, conlargos bigotes y una voz gruesa y filuda.-¿Qué hace José Ignacio?, le dijo. Dime que es lo que te entristece, que te hace sufrir.Se sorprendió de que supiera su nombre pero luego no le dio importancia y se sentó junto a él en una de las bancas del parque.-Es el amor, le respondió, el amor de Ximena que no puedo alcanzar. Le respondió.-Yo podría ayudarte, yo podría conseguir que obtengas eso y mucho más. El amor de Ximena y de todas las mujeres que quieras y mucho pero muchísimo más dinero que el que tiene su padre y todos los hacendados de Trujillo.-Eso es imposible, sonrió José Ignacio.-No hay nada imposible para el diablo, le contesto lanzando una enorme sonrisa. Lo único que te pido a cambio es tu alma, por supuesto luego que hayas disfrutado de todos los placeres de la vida.José Ignacio lo miro incrédulo y le pidió una muestra de su poder.-A ver, si lo que dices es cierto, quiero en mi casa un baúl lleno de monedas de oro y piedras preciosas.-Hecho, dijo el diablo y caminaron a su casa.Cuando abrió su puerta encontró en la sala varios baúles: uno contenía monedas de oro, el otro perlas, zafiros y diamantes y el tercero sortijas y caderas de oro.-También tendrás el amor de Ximena y de todas las mujeres de la comarca, le dijo el diablo antes que José Ignacio pudiera emitir palabra. Pero ya sabes quiero tu alma luego de 50 años de gozos y felicidad.Días después José Ignacio compró una hermosa huerta con una mansión de muchas habitaciones, caballos de paso, contrató los servicios de criados y poco a poco se fue haciendo dueño de casi todas las tierras de Laredo con la que fundó su propia hacienda. Su fama y su fortuna creció así que para fiesta de año nuevo don Juan Miranda no tuvo reparos en ofrecer la mano de su hija Ximena que aceptó gustosa casarse en una fecha que ellos mismos pactaron luego de bailar el primer vals.A la fiesta asistieron centenares de invitados y por supuesto también el extraño hombre de blanco y de largos bigotes que ofició de padrino.Cuando la fiesta terminaba y José Ignacio marchaba con Ximena a su luna de miel, el padrino le recordó al oído:-No lo olvides, después de 50 años de gozo tu alma será mía.Pasaron los años y José Ignacio no sólo tuvo a Ximena sino a cuanta mujer se le atravesó en el camino y disfrutó de riquezas hasta que murió antes de cumplirse el plazo. Por ello es que, con muchos años de anticipación, mandó construir en el cementerio de Trujillo un enorme mausoleo con mármol de Carrara y gruesas cadenas a su alrededor y en el frontis una enorme cruz para que el diablo no pudiera ingresar y apoderarse de su alma.El mausoleo hasta ahora existe, pero ya no las cadenas ni las puertas de bronce. Tan sólo queda la enorme cruz que aún protege el alma de José Ignacio Chopitea.
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LO SIGUIENTE ES EL COMENTARIO DE NOSE QUIEN, PERO ESTABA AL FINAL DE LA HISTORIA.
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Si se pregunta si conosco el sitio pues les digo que SI, una vez fuimos al cementerio con mis patas y mi primo a ver a unos finaditos, pero no sabia nada de este tipo ni de la leyenda, y fuimos a esa tumba me llamo la atencion la tumba no se pero resalta entre las demas da un poquito de miedo bajar las escaleras ( ya que las tumbas están por debajo de la superfice para los que no conozcan el lugar). Lastimablemente nos encontramos con tumbas rotas que solo observamos de lejos, ya que las rejas estaban cerradas.También me comentaron por ahí que la tumba de Chopitea no es ninguna de las que están abajo, sino que está dentro del mismo monumento (que consta de una cruz y una tumba negra) y que es ahí donde están las piedras en vez de huesos.